La mayoría de nosotros estaremos de acuerdo en que buscamos la manera de ser felices, seguramente coincidiremos en que no queremos sufrir, no nos gusta. Sin embargo, la realidad es que todas y cada una de las emociones que sentimos son parte de la vida, de nuestra esencia como seres humanos y además son involuntarias, es decir, que no podemos evitar sentirlas cuando aparecen, ni tampoco podemos elegir en qué momentos queremos que aparezcan, en qué momentos queremos sentirlas.
Esto no significa que surjan “de la nada”, las emociones aparecen siempre frente a una o varias causas (aunque haya momentos en que no podamos identificarlas) y como resultado de su aparición dirigen nuestra atención, nos guían en la toma de decisiones y disparan ciertas conductas, es decir que nos invitan a hacer y a pensar distintas cosas. Todas son muy importantes porque nos transmiten un mensaje útil para nuestro bienestar psicológico, pero algunas de ellas tienen “mala fama” debido a que irrumpen en nuestras vidas generando un malestar que intentamos eliminar en la mayoría de los casos.
Vivimos en un mundo en el que se promociona muy poco la expresión de ciertas emociones, particularmente esas que tienen mala fama. Nos enseñan desde pequeños que hay emociones positivas y emociones negativas y muchos de nosotros aprendimos a esconder lo que sentimos y a veces no escuchamos, ni siquiera a nuestro propio cuerpo cuando nos manda información de cierto tipo. La tristeza específicamente es una de esas emociones un tanto molestas y muchas personas han pensado en empezar terapia tras un periodo más o menos prolongado en el que se sienten tristes o después de algún evento doloroso. Cuando la tristeza aparece es como una luz roja en el tablero del coche, nos avisa de que algo nos duele. Es muy frecuente que se presente ante pérdidas (duelo), desilusiones, o fracasos, dejándonos sin “gasolina” con lo cual todo nos cuesta más.
Esto suele suceder porque precisamente esa es una de las funciones de la tristeza: conservar la energía. Por eso nos sentimos tan cansados o abatidos cuando esta emoción aparece. Imagínate que sufres la pérdida de un ser querido, tu cerebro te hace parar, te pone en modo “ahorro de energía” y te hace estar más reflexivo para avisarte de que es eso lo que necesitas en ese momento. Además esta emoción tiene también una función social muy importante, la de generar empatía en nuestros iguales. Imagínate ahora que ves a tu mejor amigo triste, seguramente quieras acompañarlo e intentar ayudarlo.
Vamos a hacer una pausa. Hasta aquí hemos descubierto entonces, que la tristeza es una emoción. Es una emoción totalmente natural y esperable, que surge ante la percepción de un suceso como doloroso e incontrolable, y que responde a lo que nos pide el cuerpo en ese momento: guardar energía. Además, funciona como una alarma para nosotros y para otras personas buscando despertar en los demás la empatía.
Ahora bien, qué sucede cuando aparece el llanto, la desmotivación, los pensamientos negativos, la hipersensibilidad emocional (la sensación de que todo nos supera), las alteraciones del apetito y/o del sueño, de manera prolongada, intensa y recurrente. Si esto sucede, la tristeza puede volverse problemática, ya que tiene la costumbre de llevarnos cada vez más al aislamiento y a la introversión.
En un primer momento, es esperable que ante este malestar intentemos deshacernos de ella con distracciones y evitaciones, pero si la tristeza es muy fuerte estos intentos suelen fracasar y la tristeza vuelve y nos invade proclamando nuestra atención.
Cuando la tristeza se presenta de esta manera, nos ponemos en modo ahorro de energía y puede que sientas la necesidad de no salir, no comunicarte demasiado con tus seres queridos y quedarte en casa. En definitiva puede que sientas que no estás preparado para enfrentar las exigencias del día a día en este momento. Seguramente te sentirás a gusto en la cama o por lo menos mejor que saliendo a trabajar. A corto plazo esto suele suponer un alivio ya que se reduce la emoción desagradable. Por este motivo tu cerebro aprende que cada vez que te sientas así, hay que realizar la misma respuesta, metiéndote en la cama y quedándote en casa, lo que a largo plazo es un problema.
La inactividad prolongada en el tiempo termina produciendo cada vez más tristeza, generando un círculo vicioso de malestar e inacción: no ir a trabajar, no ver a nadie o simplemente “permanecer ahí” hasta que se pase el día. Y al final la tristeza sea cada vez es más intensa. Por eso, cuando llevamos un tiempo sintiéndonos tristes nos cuesta tanto volver a “activarnos”. En general, las personas que tienden a padecer estados de tristeza problemáticos, es decir, muy intensos, demasiado frecuentes y/o demasiado duraderos, presentan dificultades para regular esta emoción.
Como ya hemos visto, la tristeza no es una emoción negativa, es necesaria y sentirla en ciertos momentos es totalmente natural y esperable.
El problema viene cuando la frecuencia, la intensidad y la duración de esta emoción se ven alteradas y entramos en el círculo vicioso de malestar-inactividad. Es por eso que si te sientes identificado con este estado, no lo dejes estar, aún estás a tiempo para saber que se pueden aprender herramientas para regular estas emociones tan intensas. En este sentido, la terapia es un espacio adecuado para poder darles lugar, donde poder conectar con la tristeza, averiguarel motivo por el cual aparece y qué nos está intentando decir. Porque para lograr el bienestar psicológico es imprescindible aceptar las realidades que nos dañan y a partir de ahí hacer algo distinto con ellas.
Además, trabajar sobre la tristeza que sentimos frente a algunas situaciones, puede ser un buen momento para conocerte, superar obstáculos y reordenar prioridades. Gracias a ello y con ayuda de un profesional en psicología, la tristeza puede dejar de invadirte de manera tan intensa y solo vendrá de visita en algunos momentos. Tú tienes muchos recursos que te ayudarán a salir adelante, tal vez no te hayas dado cuenta de ellos y la terapia puede ayudarte a visibilizarlos.
Bibliografía Consultada:
Jesús Matos (2017). Buenos días alegría. Editorial Planeta, S. A., 2007
Tim Lomas (2018). El poder positivo de las emociones negativas. Ediciones en castellano Ediciones Urano, S.A.U.