Palpitación, taquicardia, sudoración, temblores, escalofríos, hormigueos, falta de aire, sofocación, sensación de ahogo, opresión en el pecho, náuseas, mareo o sensación de desmayo… ¿Estoy teniendo un infarto o es un ataque de pánico? Es frecuente confundirlos porque sus síntomas son similares. Lo que más los diferencia es su duración, el infarto hará que los síntomas continúen hasta recibir un tratamiento, en cambio el ataque de pánico suele durar no más de entre 10 a 20 minutos.
Si los síntomas físicos de la ansiedad (ver artículo ansiedad) se presentan de manera brusca, alcanzando niveles muy intensos y elevados, puedes llegar a imaginar, erróneamente, que padeces alguna enfermedad física o que tu vida está corriendo un peligro inminente. Cuando esto ocurre, el miedo aumentará aún más la intensidad de las sensaciones, lo que puede llevarte a desarrollar una crisis o ataque de pánico. Imagina a una persona que va caminando por la calle sin pensar en nada en particular. De repente comienza a sentir palpitaciones, parece que el corazón le va a saltar del pecho, frente a esto y sin poder evitarlo comienza a sentir un miedo intenso a morir, desesperación, necesidad de escapar. Enseguida nota que le cuesta respirar y un mareo le hace pensar que podría desmayarse. No entiende lo que le pasa, pero se siente en peligro.
La mayoría de las investigaciones científicas coinciden en que las personas que padecen de ataques de pánico les temen fundamentalmente, a sus sensaciones físicas, es decir, son esas sensaciones las que finalmente desencadenan el pánico. El ataque de pánico entonces, puede ser definido como un conjunto de sensaciones físicas inesperadas, seguido de una respuesta de miedo muy elevado frente a esas mismas sensaciones, que alcanzan su máxima intensidad en los primeros minutos, para luego decrecer.
La crisis o ataque de pánico, se caracteriza por ser un episodio nervioso repentino e impredecible, que se experimenta como un miedo intenso que aparece, aunque no haya un peligro real y que, como vimos, provoca reacciones físicas graves que invitan a pensar a la persona que está perdiendo el control, que se está volviendo loca o incluso que se va a desmayar o morir. Estas manifestaciones no son otra cosa que la consecuencia de la puesta en marcha de nuestro sistema de alarma ( ver artículo ansiedad), solo que, en este caso, la alarma y la reacción de miedo se disparan sin causa aparente, lo que genera intensa incertidumbre, además de temor por la salud física y mental.
La frecuencia de los ataques de pánico es muy variable, desde uno cada mucho tiempo, hasta varios episodios en un corto plazo. Lo que sí es frecuente es que una vez que la persona ha sufrido uno, comienza a generar el temor a que el ataque de pánico se repita. Sería algo así como ¡miedo a la inminencia de un nuevo ataque de pánico!, o, en otras palabras, miedo al miedo. Esto se vive con mucha ansiedad y se comienzan a evitar lugares o situaciones que pueden desencadenar un episodio nuevo. Por ejemplo, si me ha dado un ataque de pánico estando dentro del coche, cada vez que tenga que subirme a uno comenzaré a experimentar una ansiedad y miedo tal que hará que con el tiempo no quiera subirme a ninguno ¿y si me agarra de nuevo? ¿Y si me desmayo o me mareo y nadie me ayuda? o peor, ¿y si me agarra, no al subirme sino mientras conduzco mi coche y tengo un accidente? ¡Uy! Creo que es mejor que no conduzca o que al menos no lo haga solo.
A su vez, si estas crisis se repiten de manera recurrente, es decir, si presentas ataques de pánico muy frecuentes, empiezas a convivir con la preocupación constante acerca de la posibilidad de nuevos episodios y sus consecuencias.
Entonces tu conducta en el día a día se ve muy afectada por ellos y en psicología comenzamos a hablar de trastorno de pánico.
Ahora que conoces un poquito más sobre lo que es una crisis o ataque de pánico, es importante que comprendas que no son peligrosos. Lo que sucede en tu organismo es solo una respuesta de alarma que activa cambios físicos inmediatos, lo que permitirá una mejor y más rápida respuesta ante el peligro. De tal manera, el propósito de esta respuesta no es dañarte sino protegerte. Sería imposible para nuestro organismo desarrollar un mecanismo para protegerlo y que al hacerlo lo dañara. Por ejemplo, cuando se activa esta alarma, un aumento en la velocidad de la respiración es de gran importancia, ya que, frente al peligro, los tejidos van a utilizar más oxígeno que el habitual. Sin embargo, el necesario, pero no peligroso aumento de la respiración, puede generar sensación de falta de aire, ahogo o asfixia. A pesar del temor que puedan provocarnos tales sensaciones, no debemos olvidar (y puede ser útil que te lo repitas a ti mismo durante las crisis) que esos cambios del ritmo respiratorio solo tienen el objetivo de protegernos. Estas son las razones por las cuales no se producen desmayos ni ahogos durante una verdadera crisis de pánico, aunque las desagradables sensaciones que provocan nos hagan creer lo contrario.
Ahora bien, es fundamental aclarar que los ataques de pánico, aunque per se no sean peligrosos, son sumamente incómodos y muchas veces es difícil que puedas controlarlos por cuenta propia, generando muchos inconvenientes en tu vida cotidiana y pudiendo llegar a empeorar con el tiempo. Es por eso que es muy importante que solicites tratamiento psicológico. El profesional te ayudará a reconocer los factores que anticipan el ataque y a poder enfrentarte al él más preparado. El objetivo será comprender las situaciones que lo causan, disminuir la intensidad y controlar los episodios, con lo que en un periodo más o menos corto de terapia deberías lograr una mejoría significativa.
BIBLIOGRAFÍA
Resnik, P y Cascardo, E. (2016). Ansiedad, estrés, pánico y fobias. Ediciones B Argentina S.A. 1.a edición: octubre, 2016